-Abuelo... -llamó el joven desde su silla mullida, a un lado de la cama del anciano-, ¿me escuchas?
Pasaron varios segundos antes de que se le respondiera con un quejido pobremente articulado.
-Sabes, el tomate del que me hablaste hace años... ya no creo en él.
-¿Creíste de verdad en él alguna vez? -preguntó una voz femenina desde atrás.
El joven se volteó curioso para encontrarse con una enfermera que le miraba sonriendo.
-Pues... sí, más o menos.
-¿Le otorgaste toda tu confianza?
El joven bajó la mirad y vaciló antes de responder.
-No. Sólo cuando le necesitaba, en momentos de desesperanza, y dudando de que cumpliera, a efecto de dudar de su misma existencia.
-¿Cómo puedes dudar de su existencia...? ¿No te lo mostró tu abuelo hace años?
-Sí...
-¿No lo estás viendo aquí?
La enfermera ya tenía su mano alargada hacia el frente, mostrando el vegetal podrido, que adpero, no era fétido en lo absoluto.
-Lo veo.
-Tómalo -invitó con un ademán de entregárselo.
-Lo veo... -repitió una vez lo tuvo entre sus manos.
La enfermera ahora sonreía abiertamente, casi se echaba a reír.
-¿Qué es esto? -preguntó él.
-¿Cómo que qué? ¡Pues el tomate! Nuestro salvador, que nos ama.
-Nos ama... -se oyó por lo bajo la voz del abuelo.
-¿Cómo sé que nos ama?
-¡Es tan obvio! -respondió felizmente la enfermera, chocando las manos contra sus caderas.
-Dime, pues.
-Hace falta que cierres tus ojos y lo sientas, que le entregues tu alma, que digas "desde hoy haré me vida como a ti te gusta".
-Ya lo he hecho, y no resulta -dijo sin expresión-. No siento su amor ni su poder.
-Es que no crees en él de verdad, ni te has esforzado realmente en hacer tu vida como él manda.
El joven distorsionó su cara con una sonrisa virulenta, rica en sarcasmo.
-No puedo evitar ser escéptico, tampoco puedo evitar el entregarme a sobrias tentaciones.
-Claro que puedes, es cuestión de voluntad.
-De voluntad no dispongo.
-¡Sácala de flaqueza!
-No creo en la generación espontánea.
-¿Por qué no?
-¿Cómo algo sale de nada?
Sólo vaciló un segundo ella, entornando los ojos hacia el techo.
-Creyendo en que es posible.
-¡Pues no creo que sea posible!
-¿Por qué no?
-Porque... -se miró las manos, como esperando que la quiromancia le aclarara su mente-. La verdad no sé ni me importa.
-¿Qué no te importa?
-Creer en el estúpido tomate.
-No es estúpido. Es tu salvación... pero él te creo y él te puede destruir.
Silencio parcial.
-Hace algún tiempo alguien me hablaba de las leyes básicas de la física.
-¿Sí?
-Sí, me dijo que existían para establecer un orden, y que detrás de todo orden existe una inteligencia.
-Me parece una buena deducción.
-Déjame terminar.
Ella asintió ceñuda.
-Si estas leyes rigen el universo desde tiempos inmemoriables, antes de la inteligencia humana, ¿qué inteligencia fue la que las estableció?
-¿Puedo responder?
-Adelante.
-El tomate.
-Sí, eso me dijo también -carraspeó-. Pero, bajo esa misma lógica, nos pudo de igual manera haber creado un elote o un chile habanero.
-Mmm...
La mujer pareció dudar, pero había algo predominante en ella, en su expresión; una seguridad inquebrantable (la fe), que impedía a la duda quedarse en su organismo, como si ambos conceptos, antítesis el uno del otro, fueran -paradójicamente- de cargas eléctricas iguales.
-No, eso no es posible -declaró con una sonrisota.
-¿Por qué no?
-Pues ya te han hablado de ello. Se trata de algo que hemos experimentado, se trata de sentir el amor del tomate. Es cuestión de creer en él... y bum! Sientes su poder sobre ti, sientes como todo es tan claro y lógico.
El joven negó con la cabeza, insatisfecho por la respuesta. La mujer también pareció insatisfecha, no con su respuesta, que le llenaba, sino por la impotencia que le provocaba no poder ayudarlo en su búsqueda.
Se esuchó el rechinar de una cama vieja, y los dos locutores voltearon hacia el abuelo, cuyo rígido torso se había elevado para dar a su cuerpo una postura casi solemne. El viejo vio directamente a los ojos del joven, y dijo fuerte y claro:
-Pregonas a los cuatro vientos poseer una mente ancha, capaz de entender a los más nuevos conceptos por locos o complejos que suenen, pero, ¿qué hay de los viejos y simples...? ¿Por qué a ellos no les das oportunidad? ¿En realidad está tu mente abierta? Francamente, ¿cuándo te atreviste de veras a experimentar? Estás tan ocupado en encontrar términos con los cuales ridiculizar conceptos religiosos arcáicos que no te detienes a pensar en el significado de éstos, ni en su utilidad...
-¡Claro que pienso en ello! -interrumpió con un grito- Sé lo que para la gente significan, y entiendo la importancia que tienen en sus vidas. Pero hasta hoy no le he hallado estas significaciones en la mía.
-Dices que le temes a la muerte, dices que sabes que después de ella hay nada, y eso te atemoriza hasta la médula.
-Sí...
-El tomate te ofrece vida eterna a cambio de tu creencia en él.
-Lo sé... pero volvemos a lo mismo... no puedo creer en él así, tan simplemente...
-Claro que puedes, y debes. Si no, tal vez morirás y dejarás de existir. Si le entregas tu vida, trascenderás... o en el peor de los casos, y esto es ÚNICAMENTE según tú, tal vez trasciendas. Entonces, ¿por qué no arriesgarte a creer? ¿Qué pierdes?
-No sé. Simplemente no puedo. Puedo intentarlo... lo he hecho antes, pero no sale de intento. Tal vez simplemente no nací para creer. Tal vez no lo intento con todas mis fuerzas, pero es porque jamás he sentido que tenga que hacer un esfuerzo tan grande por algo que no nace de mí -el joven alzó los ojos, que aun negros, irradiaban la idea resumida de todo lo que pensaba, cuya sintaxis acabábasele de ocurrir. Declaró tal pensamiento con un tono neutro-: El tomate no nace de mí.
-Demasiado temprano para sacar conclusiones, joven, pero acepto tu argumento de manera temporal.
-Yo no me doy por satisfecha -dijo la enfermera.
-Lo siento mi estimada, pero no te preocupes, que como bien dijo el abuelo, es temporal... como todo en mí.
-¿Qué tal si mueres mañana?
-El tomate me perdonará, pues sabrá que, humano como soy, tengo derecho a dudar y crear mis propias acepciones y principios.
-¿Qué si no? Es decir, tu actitud me parece demasiado pedante, y al tomate le gusta la humildad.
-Vaya... bueno, me arriesgaré.
-¿Pero no le temías a la muerte?
-Pues sí.
-¿Entonces?
El joven suspiró. El abuelo se recostó de nuevo. La enfermera salió, mordiéndose las uñas.
26 abr 2008
A Semblance of Confusion
Publicado por Éddy en 20:29
Etiquetas: Reflexiones, Writtings
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