Confesiones

Detesto mostrar debilidad, darme cuenta a veces de lo bajo que puedo llegar a caer, de lo ordinario que me he vuelto. No siempre, no tanto; pues es también verdad que me agrada darme cuenta de mi humanidad, de que no soy más que otro hombre andando por la vida, como tú y como aquél. No me gusta verme vencido, con mi futuro incierto, con una serie de dudas acerca de mi propia persona, más cuando siempre supe quién exactamente era. Sin embargo, entérense que seguiré caminando, así sea con enormes tajadas hechas cicatrices a lo largo del cuerpo, pues ninguna derrota jamás me dejará irremediablemente tirado, a menos que sea la definitiva: la muerte; y sepan que por más nublado que sea mi futuro, nunca dejaré que ello me frene o atrase en mi camino hacia él, que lo enfrentaré así me ataque con una espada, y es que me alegro de ser alguien que por más temor le tenga a las circunstancias, las termina encarando, aunque lo haga temblando y con la quijada entumecida.
No obstante nada, hay algo que me ha dado vueltas en la cabeza por ya bastante tiempo, y aunque he intentado ignorarlo, aunque he querido hacer que deje de existir, aunque he intentado asesinar ese algo, aún no lo he conseguido. Y ya es suficiente de esa lucha secreta contra estos pensamientos, ya lo voy a admitir.
Aborrezco tener que preguntarme si soy feliz, cuando otrora simplemente lo era.
Generalmente no sé bien cómo responderme, a veces no lo hago, a veces me digo que no lo suficiente, a veces es de verdad un "sí!", pues la situación lo amerita, de verdad me siento tan feliz a veces. ¿Está ahora la felicidad condenada a ser admirada, encontrada y sentida en fugaces cápsulas? Hay muchas personas que piensan eso, que la felicidad es tan sólo experimentar esos momentos que hacen que la vida valga la pena. Pero no deseo resignarme aún a esa idea. Recuerdo con melancolía los tiempos en que simplemente era feliz, sin más, sin preguntas, aquella retorcida infancia y principios de mi retraída juventud; recuerdo cuando era sólo yo, y me encantaba.